Salí, empapado, a
través de la crujiente capa marrón, desmoronándola a mi paso. Me arrastre con
esfuerzo, topando con una firme corteza a la que me sujeté. Estaba algo
desorientado, así que procuraba no moverme mucho, esperando que mi cabeza se
despejase. Bajo el tibio abrazo del sol, la pegajosa sustancia que me recubría
desaparecía. Cargaba con dos enormes protuberancias a mi espalda. A medida que
pasaba el tiempo, conseguí que se fueran desplegando gradualmente, aligerando
la presión. Con cada minuto que pasaba me sentía más fuerte, más vigoroso. Con
decisión terminé de desplegar lo que resultaron ser unas majestuosas alas. Las
agité con vigor, mas permanecí asentado, puesto que el exceso de claridad me
molestaba. Me acerqué con parsimonia hasta la parte baja de una rama, dispuesto
a descansar hasta que fuera más propicio desplazarme. Las arenas del tiempo
continuaban su inexorable avance mientras yo seguía aletargado, preguntándome
cual sería la misión de mi vida. La esfera ardiente siguió su curso, alargando
las sombras a medida que se desvanecía por el horizonte. Mientras mayor era la
oscuridad, más vivo me sentía. Todo cobraba un nuevo sentir para mí. Ante mis
enormes ojos se abrieron innumerables detalles, que antes me pasaban inadvertidos
por la cegadora luz. Batí mis alas varias veces, torpemente al principio, pero con
más rapidez a cada instante que pasaba. Me lancé al vacío, respondiendo a la llamada de la
noche.
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