jueves, 15 de enero de 2015

Crónicas de la Pequeña Jungla V

Casi no podía moverme de lo inflado que estaba. Muchos soles y lunas se sucedieron mientras trataba en balde de calmar mi feroz apetito. Me había convertido en un plácido gigante de un mundo diminuto, lento pero implacable. Incluso los depredadores se lo pensaban dos veces antes de atacarme. Hacía poco una terrible bestia alada, de afilado pico y certeras garras se interpuso en mi camino, sin duda con la intención de darse un festín. Aterrorizado, blandí mis espinas, agitándolas contra la criatura. Supongo que consideró que no valía la pena la posibilidad de ser envenenado, así que desapareció entre el follaje con celeridad. Tan cerca de la muerte, tantas veces... Supongo que uno podría considerarse afortunado. Notaba mi cuerpo pesado por un cansancio que no había sentido antes. Con cada paso que daba sentía que mi mente se sumergía más en las brumas de la inconsciencia. A duras penas lograba mantener una conexión con la realidad que me rodeaba. Envolví mi orondo cuerpo con las verdes hojas que hasta ahora me habían servido de sustento, confiando en que me brindaran protección. Mi cuerpo se volvió rígido y duro cual corteza, convirtiéndose en una prisión. Las luces se apagaron para mí, dejándome ciego e ignorante de mi entorno. Vagaba entre el sueño y la vigilia, pisando la delgada línea que nunca terminaba de inclinarse hacia uno de los lagos. Sentía como mi interior se disolvía y agitaba, de una forma muy ostentosa. No era doloroso, pero sin duda no era un agradable día masticando hojas. Nunca podía descansar del todo, ni despertarme para poder seguir con mi vida. Vivía un limbo que empezaba a ser una tortura para la mente. En cierto momento, los cambios remitieron. Fue entonces cuando la chispa que me hacía ser yo se apagó.


Lo primero que recuerdo es la oscuridad. Sentirme aprisionado en un espacio que no era para mí. No entendía como había llegado allí, pero tenía clara una cosa. Debía escapar. Golpeé con fuerza y, para mi sorpresa, la pared cedió. Conseguí abrirme paso, tan solo para encontrar una segunda pared. Lejos de desesperarme, la embestí. Se quebró ante mi voluntad, permitiéndome, por primera vez en mi vida, ver la hermosa luz de la existencia.

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