Caminaba sin pausa,
junto a la mayoría de mis hermanos. Había una comunicación no verbal entre
nosotros. Nos seguíamos los unos a los otros, aunque no buscábamos
explícitamente la compañía. El ascenso era largo y trabajoso, pero no
desfallecía. Ese algo que me impelía a subir me decía que valía la pena.
Alcancé pronto una rama baja, descubriendo su apetecible tesoro. Verdes y
jugosas hojas brotaban por doquier. Ante tal visión, una aguda hambre se
apoderó de mí. Antes solo había sentido un pequeño cosquilleo, pero ya era
incapaz de controlarla. Me acerqué todo lo deprisa que mi rechoncho cuerpo me
permitía, y agarré uno de los bordes con mis diminutas patas. Di un bocado,
paladeando el fresco manjar, saboreando la crujiente pero flexible textura, que
guardaba la deliciosa savia. Un mordisco seguía a otro, de forma automática. No
importaba cuanto comiese, el hambre parecía no tener fin. Cerca, mis hermanos
se habían unido al banquete. Entre cuatro acabamos rápidamente con una hoja, y
nos dirigimos a la siguiente. Con cada hoja consumida parecía que me iba
llenando más, pero no tanto como para desear parar. Mi instinto me impelía a
continuar, no había nada más importante en este mundo.
miércoles, 31 de diciembre de 2014
jueves, 18 de diciembre de 2014
Crónicas de la Pequeña Jungla II
Un brillante día me
sorprendió. Los colores del mundo me invadieron, sustituyendo a la conocida
negrura de la inconsciencia. Una verde realidad me envolvía, en un universo
lleno de viva y movimiento. Destellos de luz se filtraban desde la espesura que
formaban los titánicos árboles, que competían entre sí por el puesto más
privilegiado. El suelo quedaba alfombrado por caídas hojas cuya gama iba desde
el verde intenso hasta el negro profundo, pasando por amarillos y marrones
varios. A mi alrededor había blancas esferas, algunas intactas y otras rotas,
como la de donde había emergido. Mis hermanos brotaban por doquier de ellas,
una pequeña legión. A tientas, exploré mi entorno, sin querer alejarme
demasiado. Todo era nuevo para mí, la calidez del aire, la agradable humedad,
las sombras de los enormes habitantes del lugar. Comencé a trepar, obedeciendo
a un impulso que estaba grabado en mi sangre. Y con cada paso que daba, los
descubrimientos de mi nuevo hogar se incrementaban.
viernes, 12 de diciembre de 2014
Crónicas de la Pequeña Jungla I
Cuando mi consciencia
comenzó a tomar forma y noción, noté que me hallaba inmerso en un líquido y confortable éter.
Para mí solo existía la oscuridad, el tiempo y el espacio solo eran una
pantomima, una ilusión que no me afectaba. Al menos así fue hasta que crecí lo
bastante como para comprobar los límites de mi hogar. Mi tranquilidad se fue
sustituyendo por la desagradable comezón de una incipiente claustrofobia. Cada
vez había menos humedad y más prisión. Tan solo una idea cruzaba por mi cabeza:
Salir de allí. Haciendo acopio de toda la energía de la que disponía, golpeé la
pared repetidas veces. Al principio permaneció inamovible, mas tras un par de
golpes noté como la superficie iba cediendo, tornándose elástica. Un pequeño
rasgón que fui ampliando y pronto pude salir al exterior. Un nuevo y luminoso
mundo se abría ante mis ojos.
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