miércoles, 19 de noviembre de 2014

Microrrelato

La espada hendió el aire en el lugar que antes ocupaba él. Si la mafia se molestaba en enviar a semejante asesino la cosa era preocupante. El joven de aspecto inofensivo miró al hombre que tenía ante sí. Imperturbable, fornido, vestido de negro y con oscuras gafas era la imagen de la mismísima Muerte. Empuñaba la katana con elegancia, mientras se aproximaba a su objetivo. El chico reculó y echó a correr. No podía ganar en un cuerpo a cuerpo con ese tío. Tenía que pensar en otra cosa. Dobló la esquina con rapidez. El hombre sonrió con desprecio. Ni se molestó en correr, sabía que era un callejón sin salida. Al asomarse su semblante cambió. No había nadie allí. Pero era imposible que hubiese escapado, y no había ningún lugar donde esconderse. Entonces sintió algo frío en la nuca. Un estruendo y la eterna oscuridad. Cayó pesadamente al suelo. El muchacho guardó su pistola y sonrió. Al fin y al cabo no era conocido como el “Demonio Acechador” por nada. Con la misma rapidez con la que había aparecido, se esfumó, sin que el más leve rastro de su presencia delatase que había estado allí. 

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